domingo, 20 de noviembre de 2011

Las pinturas del Santuario Prehistórico de Librán, en peligro

1/1. D. GUSTAVO LÓPEZ
Considerado como un estilo figurativo en el que sólo se representan los rasgos básicos y característicos de cada figura, el llamado Arte Esquemático se extendió por toda la Península Ibérica en un amplio período que abarca desde el comienzo de la metalurgia hasta iniciada la Edad del Hierro, es decir, entre seis mil y dos mil quinientos años antes de nuestros días.

Aunque las manifestaciones de este arte, en su mayoría pinturas efectuadas en abrigos rocosos, son más frecuentes en el Sur y Levante y, con carácter específico, en los petroglifos galaico-portugueses, la provincia de León no ha quedado al margen de tan importante manifestación prehistórica, contando con algunos conjuntos situados en los municipios de Vega de Espinareda (yacimiento de Peña Piñera, en la localidad de Sésamo), Toreno (El Buracón de los Mouros, en Librán, y La Cueva, en San Pedro Mallo) y Castrocontrigo (Peña del Pozo Rocebros y Cerro de Llamaluenga, ambas en Morla de la Valdería), todos ellos declarados Bien de Interés Cultural por la Ley del Patrimonio Histórico Español de 1985 y, por lo tanto, teóricamente sometidos a la protección establecida en la misma ley.

A fecha actual, las pinturas de Sésamo cuentan con un estudio monográfico, realizado y publicado en 1985 por los profesores José Avelino Gutiérrez y José Luis Avello, ambos de la Universidad de León en aquellas fechas. También las de Librán fueron inventariadas en 2004 por el arqueólogo Felipe San Román, aunque de ellas no se ha efectuado ningún estudio técnico. Este segundo yacimiento ha sido objeto de polémica en los últimos dos años por causa de un supuesto expolio de algunas de sus figuras, lo cual desmintió la Junta de Castilla y León mediante un comunicado en el que aseguraba que las pinturas permanecían inalteradas respecto a la documentación existente en la Consejería de Cultura desde 1990. A pesar de ello, los vecinos de Librán siguen convencidos de que alguien se ha llevado la pintura de un soliforme, lo cual es erróneo como demuestran las fotos de este artículo.

No es fácil visitar el Buracón de los Mouros, yacimiento principal de la pequeña localidad de Librán, pues a un precioso recorrido –en nada señalizado-, ascendiendo a través de un bonito bosque de robles y pinares, le sigue un empinado descenso por un afloramiento rocoso que, aun contando con asideros recientemente instalados, no resulta apto para cualquier persona. El abrigo consiste en una oquedad natural en la roca y está orientado hacia el sureste, asomado al impresionante farallón cuarcítico que cae por la margen derecha del desfiladero de Bustillo, excavado por el río Primout aguas arriba de Librán.

Tonalidades rojizas y azuladas

La reciente protección con malla de acero instalada en la boca del covacho no impide la observación de las pinturas, en gran parte situadas cerca del exterior. Parecen estar realizadas con óxidos de hierro y manganeso y poseen tonalidades rojizas y azuladas, a veces muy desleídas por los agentes atmosféricos, distribuyéndose en varios grupos con un total de 31 figuras visibles, casi con seguridad ejecutadas en etapas cronológicamente distanciadas.

Las figuras humanas o antropomorfos generalmente tienen su cuerpo representado mediante un trazo grueso, con una pequeña prolongación en la parte superior a modo de cabeza y, en el caso de los de sexo masculino, el trazo se alarga por la parte inferior, a veces de forma muy notable (ictiformes), simulando el pene. Dos trazos adicionales, arqueados y con forma de asa o golondrina, cruzan al central y dan lugar a piernas y brazos. Este tipo de humanos es el más frecuente en el Arte Esquemático, datándose a lo largo de toda la Edad del Bronce.

A la izquierda de la cueva, cerca del exterior, se halla uno de los conjuntos más interesantes. Está representado sobre un panel de roca cuarcítica resquebrajada y demolida en su zona central por la acción de la intemperie. En su lado izquierdo se observa una escena de caza o de pastoreo en la que dos hombres marchan junto a dos cuadrúpedos grandes y dos pequeños, probablemente perros, aunque uno de ellos, por su cola larga y gruesa, parece un zorro. En color azul, bastante descolorido, se observa la figura de otro animal como los anteriores, pero éste marcha en sentido contrario y parece volverse hacia el frente, dando sensación de perspectiva. Los trazos azules se hallan en algunas zonas bajo los rojizos, seguramente por haber sido pintados en una etapa anterior. Sin embargo, la complejidad de obtener pigmentos azules hace que su presencia sea rarísima en las pinturas prehistóricas europeas, existiendo opiniones que ven en dicha dificultad la razón de que algunas culturas antiguas considerasen el azul como un símbolo del mal, al contrario del sentido que hoy se le da. Por ello es posible que, en su origen, el azul de Librán fuese un negro pintado con pirolusita o bióxido de manganeso, también existente en El Bierzo, que derivó hacia el azul por decoloración y posible transformación físico-química posterior. Ejemplos similares hay en los abrigos de Arroba de los Montes (Ciudad Real) y Cueva del Plato, en Ontiñar (Jaén), entre otros.

En el lado derecho del panel se observan otros cuatro antropomorfos masculinos y, en su entorno, restos de pintura azul junto con una figura humana, tal vez femenina, de las llamadas en «phi» griega (un círculo atravesado por un trazo vertical), ampliamente extendida por toda la Península y cuya antigüedad podría remontar a un momento avanzado de la Edad de Bronce.

Debajo y a la derecha de la «phi», existen otras cuatro figuras de las llamadas «ramiformes», también de un color rojizo bastante desvaído, dotadas con dos, tres y hasta cinco pares de extremidades de trazo más fino que las demás representaciones y, casi seguro, de etapa distinta. Normalmente se las considera esquemas de árboles, astas de ciervo o figuras humanas, según sea la temática de la escena, existiendo diferentes opiniones sobre el porqué de la multiplicidad de brazos, interpretados a veces como representación de un grupo de personas, aunque, según mi opinión, en este caso simboliza más bien a un ser de múltiples poderes y gran capacidad de acción, como ocurre en ciertas iconografías hinduistas y budistas (Brahma, Visnú, etc.). De hecho, dos de los ramiformes de Librán (uno de tres pares de extremidades y otro de cinco, aunque asimétrico y con brazos a un solo lado) se adornan con tocados de dos plumas, cosa repetida en más de veinte yacimientos esquemáticos de toda España (Sierra de la Virgen del Castillo, en Ciudad Real; Posada de los Buitres en Badajoz; Castillo de Monfragüe, en Cáceres, etc.). De forma unánime, estos adornos han sido interpretados como un símbolo de prestigio personal en una sociedad jerarquizada. Aunque las representaciones ramiformes son propias de toda la Edad del Bronce, adornos como los citados, máxime al tener en cuenta la existencia de una figura con un tocado de tres plumas o máscara con cuernos en el cercano panel que mira a San Pedro Mallo, se han datado en un Bronce avanzado o incluso final, hacia el año 1.000 antes de Cristo (Sierra Magacela y Peñón del Pez, en Badajoz; Risco de los Altares y Covacho del Pallón, en Salamanca, etc.)

Un santuario rupestre

Otras figuras aisladas y signos de distinta índole aparecen en diferentes lugares de la cueva. En la pared del fondo, sobre un saliente de roca resquebrajada, se halla una escena de significado religioso que quizás fuese el motivo principal de todo este abrigo esquemático, al menos en una de sus etapas. Se trata de un sol representado mediante una circunferencia con dieciocho radios, uno de ellos bifurcado en dos, y un antropomorfo masculino, similar a los descritos al principio, que parece mirar hacia el astro. Es probable que la escena original se completase con una mujer al lado del hombre, desapareciendo ésta al romperse la roca. Grave, aunque no por rotura de la roca, es el estado de la figura solar, que comparada con fotografías de 1990 se aprecia mucho más difuminada y deteriorada. El hombre casi ha destruido en veinte años lo que la naturaleza preservó durante más de tres mil.

Pinturas con soliformes son frecuentes en el Arte Esquemático y cronológicamente alcanzan a toda la Edad del Bronce. Menos frecuentes, sin embargo, son aquellas que incorporan humanos ante el astro solar: Canforos de Peñarrubia y Prado del Azogue, en Jaén; Parque de Monfragüe, en Cáceres; Solapo del Águila, en Segovia; La Rambla de Gérgal, en Almería, donde se hallan representados varios antropomorfos en actitud de adoración a un soliforme, etc. Este simbolismo desplaza al plano inmaterial y religioso los ideogramas de la actividad diaria expresados en el resto de las figuras del covacho, lo cual podría considerarse como una manifestación de culto al Sol, dios de la luz y de la vida, fecundador de la Madre Tierra, en cuyo seno, al fondo de la cueva, se ha representado. Se puede concluir diciendo que El Buracón de los Mouros, difícilmente accesible y con perfecta orientación para el seguimiento de la trayectoria solar, seguramente fue un santuario rupestre restringido a personajes iniciados.

Las pinturas de Librán, junto con las de San Pedro Mallo y, por proximidad y similitud conceptual, las de Sésamo (Vega de Espinareda) revisten una importancia no suficientemente valorada que bien merece mayor atención por las instituciones responsables –léase Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León-, tales como vigilancia, señalización, accesos adecuados y construcción de un centro de interpretación del arte rupestre berciano –los extremeños son un ejemplo- para promover y orientar un turismo cultural cada vez más numeroso. DAVID GUSTAVO LÓPEZ / diariodeleon.es

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