martes, 29 de julio de 2014

Recuperar las pinturas prehistóricas con luz invisible


Ejemplo de una imagen recuperada por el sistema de Arbotante. / EL MUNDO

No están escritos en papel ni se precisa el calor del fuego para leerlos. La tinta no es limón, ni la pluma se unta en un cuenco para plasmar un mensaje que el escribano no quería que usted viera. Aunque el tiempo, efectivamente, ha convertido muchas de esas pinturas rupestres en una de esas cartas secretas. La empresa vallisoletana Arbotante ha logrado descubrir de la nada, un todo. En lugares donde, en principio, no había rastro de una antigua pintura, «empezaron a aparecer manchas de color». ¿Cómo?

El origen, cuenta David Benito, se encuentra en Estados Unidos. Allí existía una aplicación que se utilizaba para potenciar los colores de las pinturas que allí existen -que, por otra parte, son muy diferentes a las europeas-. «Cogía colores más claros, más oscuros, de la misma gama, y los convertía en manchas uniformes». Un paso importante, pero los socios de Arbotante estaban convencidos de que esta aplicación podía dar mucho más de sí. «Vimos que faltaba algo».

Entonces, comenzaron a utilizar fuentes de luz sensible -rayos infrarrojos e infravioleta-. «Creamos unos mecanismos de focos de luz controlada con diferentes longitudes de onda y lo empezamos a aplicar», explica David Benito. Tras observar que aparecían manchas que in situ no se veían, lógicamente profundizaron más en la idea, pues las paredes de las cuevas podían ser un tesoro. «Podía haber mucha información invisible al ojo humano; estaba ahí, pero jamás se verían».

La clave fue analizar los pigmentos que utilizaban los hombres del paleolítico. Conocer qué longitudes de onda absorbían y cuáles reflejaban. Elaboraron unas tablas con las características de cada uno. Y es que, realmente en el caso de la prehistoria, es sota, caballo y rey: se sabe que el rojo es óxido de hierro, por ejemplo, como sucede con los otros cinco o seis colores más utilizados por los antiguos pobladores de la Península Ibérica y prácticamente de toda Europa.

Con las diferentes longitudes de onda y fotografías de las pinturas con cámaras multiespectrales lograron muchas capas en las quedaba patente las distintas longitudes de onda que reflejaban o absorbían. Esto les sirvió, además, para saber si las manchas de color que hay en una pared «son recientes de musgo o de una escorrentía o si se trata de parte de un dibujo realizado con un pigmento determinado», cuenta Benito.

Una de las claves del proyecto es que en Estados Unidos se centraban sobre el espectro visible de la luz, mientras que Arbotante siempre lo hizo sobre el espectro invisible. «Ésa es la gran novedad». Es lo que les permite no sólo fijarse en el realce de una imagen, sino en lo que no se ve.

No tienen un límite de fechas, en absoluto. El objetivo es el pigmento y, aunque tenga centenares de miles de años, mientras quede una motita viva, les es suficiente. «Lo que nosotros utilizamos es un espectroscopio; hacemos fotografías y vemos las longitudes de onda que absorben o reflejan», apunta el investigador.

Descubrieron esta técnica hace unos cuatro años y comenzaron a probarla hace tres. Ahora, se encuentran finalizando la parte experimental, en la que llevan inmersos un año. Tienen apalabrados un par de yacimientos: uno en Zamora y otro en Ourense. «Es una zona escarpada que puede dar lugar a muchas sorpresas». Ya han realizado pruebas en varias zonas de la provincia del oeste castellano y leonés: Arribes del Duero, en la raya con Portugal, en el Lago de Sanabria... «Hay toda una colección de pinturas rupestres por esa zona». El próximo año presentarán su innovación en un congreso internacional de pinturas rupestres. «Habrá gente de muchos países que lo verán. Intercambiaremos impresiones y, seguramente, colaboremos en algún proyecto a nivel internacional, porque que ellos les interesa tanto como a nosotros y esta técnica ha causado mucha impresión», manifiesta Benito. Miguel Ángel Rodríguez / elmundo.es/

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